L
MILI
Ambas torres serían iguales, para una guar- nición
de un oficial y 25 hombres, y consti- tuidas por tres
plantas: la primera destinada a almacén y demás de
pendencias, como cala- bozo, enfermería, cocina, etc.;
la segunda al alojamiento de la guarnición y la tercera
al del oficial y su asistente. Un foso de cuatro
me- tros de anchura y una altura igual a la de la planta
baja, rodearía las torres, si bien, en la torre que nos
ocupa, al estar sobre roca, no fue necesario hacerlo
en todo su perímetro. La planta superior se destinaría
a la defensa, en aquellos momentos a base de fusilería,
y se organizaría de forma que pudiera
convertirse en azotea, desmontando la cubierta de pizarra.
El acceso se haría a través de un puente leva- dizo
que se maniobraría mediante un torno.
Hoy día está cedida al Ayunta- miento de Canfranc;
está per- fectamente ubicada incluso con aparcamiento,
y totalmente res- taurada. Cuenta con sala de ex- posiciones
itinerantes, una exposición permanente sobre el
Camino de Santiago en Aragón, y otra sobre la restauración
de la estación internacional, ya sin su papel de
estación interna- cional, aunque en Aragón existe la
constante reivindicación de su utilización, para que
sirva de punto clave de entrada de lo que se considera
fundamental: la Travesía Central Pirenaica, como eje
de comunicaciones entre Francia y España.
LA DENOSTADA
Jesús Flores Thies
Coronel de Artillería
En unas maniobra de “Contrague- rrillas”, teníamos
que evitar que los “guerrilleros” (unidades
de fuerzas especiales) hicieran
incursiones en nuestra zona, y evitar sus voladuras
etc. Teníamos que vérnosla con gente
muy eficaz y preparada de ma- nera que capturar
a un “guerrillero” era un auténtico triunfo
que todos querían conseguir. Por las noches
poníamos las celadas para sorpren- der el paso
de guerrilleros que duran- te el día se limitaban
a estarse quie- tecitos observando de forma incan- sable
nuestros movimientos y la si- tuación
de todos nuestros elementos,
¿A que parece que hablo en broma? Pues
no, de broma nada, porque es lo que habitualmente
leemos y oímos en declaraciones de sufridos
personajes que en su tiempo se vieron
obligados a hacer la “puta mili”, expresión
que ha hecho célebre un dibujante de EL JUEVES
llamado Iva. Porque estas historias,
según leemos en “Wikipedia”, “son (…)
donde en, clave satírica, se parodia al ejército
español y más concretamente el servicio
militar obligatorio (conocido popularmente
como mili). En esta serie se presentaba a los
mandos militares como incompetentes y una
completa desorganización en general, lo que
ocasionaba situaciones tremendamente graciosas”.
Bien, ya hemos hablado de cómo era, según
ellos, el pobre e inteligente muchacho que
tenía que bregar en los cuarteles con esos
“mandos militares incompetentes”, especialmente
aquellos que pasamos la mayor parte
de nuestros treinta años de servicio en mando
de tropa, pues bien, ahora vamos a decir cómo
los veíamos muchos de estos “mandos incompetentes”
cuando aparecían por el cuartel.
Veíamos a un individuo pasota, insolidario,
más bien vago, que había aprendido de otros
aquello de “voluntario ni p´al rancho” y
sobre todo “el que pregunta se queda de cuadra”, y que lo mejor era pasar desapercibido.
Su principal ley era, por supuesto, la del mínimo
esfuerzo… Y a ese individuo teníamos
nosotros la obligación legal y moral de hacerlos
buenos soldados, en nuestro caso, artilleros.
Y hemos de decir que, en la mayor parte de los casos, lo conseguimos. Y vamos a
poner un ejemplo que viene a demostrar el
buen material que nos entregaban para educar.
odos sabemos, y empíricamente
se ha demostrado,
que salvo raras excepciones,
cualquier joven que se veía
obligado a hacer la “mili”,
con todo lo que eso representaba
–aparentemen- te– de
triste pérdida de tiempo, era más inteligente
que el pobre cabo que le tocaba de instructor,
pero también que el sargento, que solía ser
muy bruto, sin olvidar al brigada de la oficina
al que poco menos tenía que enseñarle a
sumar y a redactar un escrito; tampoco el alférez,
un IPS presumido e inútil quedaba bien
librado, aunque el teniente y el capitán, que se
pasaban el tiempo jugando al mus o al dominó,
no eran nada del otro jueves. El teniente
coronel o el comandante eran unos ectoplasmas,
y ni el propio coronel, al que a lo mejor
sirvió de ordenanza, sabían hacer una “o” con
un canuto…
vehículos, puestos
de mando etc. De ahí que estos puestos,
para poder sorprenderlos, los organizábamos
al anochecer.
Los guerrilleros nos mareaban, que para eso
estaban, y cuando amanecía, mandábamos un
camión para recorrer el campo repartiendo los
desayunos a la tropa destacada. En algún caso
regresaba el camión con raciones sin repartir.
Y es que algunos de aquellos “contraguerrileros”
se negaban a dejarse ver por los incansables
observadores “enemigos” que, siguiendo
el recorrido del camión, podía identificar los
lugares de nuestro despliegue. Sólo al caer la
noche pudimos alimentar a aquellos magníficos
locos. Que eran los mismos que en el cuartel racaneaban según las normas no escritas.
Y es que cuando había motivación, es
decir, en marchas, maniobras o ejercicios en el
campo, reaccionaban de forma magnífica. En
definitiva, nuestra misión era instruirles y motivarles,
no aburrirles.
Con todo, cuando oímos por la “tele” a veteranos
que hicieron la mili, sale a relucir el
fondo “filosófico” de la “puta mili”. Y se dan
casos sorprendentes. Hace algunos años
oimos a Reixachs, antiguo jugador del
“Barça” poner a parir su época de “mili”.
Quien lo oyera, se lo creería, pero lo que no
sabía este oyente es que tanto Reixachs, como
Reina, padre del actual portero del Liverpool
o Sadurní, por citar sólo algunos nombres,
apenas si hicieron “mili”. Había una orden superior
(Capitanía) para favorecerles en todo,
así que los “culés” no se dieron cuenta de que
sus ídolos eran reclutas porque éstos no se
perdieron un partido. Y algo parecido sucedió
con los jugadores del “Juventud” de Badalona
que, haciendo la “mili” en la Batería de Costa
destacada en Mongat, pese a su estatura, apenas
si se les veia el pelo por allí.
Indudablemente una injusticia, porque el
que no encestaba o goleaba tan bien, pasaba la
“mili” de cabo a rabo. Pero el que manda
manda…
Otra de las “taras” de la “puta mili” es la
pérdida de tiempo.
Ya hemos dicho que el “mílico” era un pasota
por definición, porque eso de aprovechar
el tiempo suena muy bien en las entrevistas
pero, en general, al entrevistado le gustaba
perderlo. Lo demostraremos.
En Barcelona, allá por los “años 60”, se organizaron
cursos de la PPE, formación profesional,
creándose en el cuartel de Pedralbes un
centro de aprendizaje excepcional. Era Capitán
General “Don Pablo” (¿cuál va a ser?
¡Don Pablo Martín Alonso!). El beneficio para
el soldado era enorme, porque podía terminar
la mili con una preparación técnica excelente,
y en muchas profesiones, como tornero, chapista,
delineante, cocinero, pintor, conductor
de autobuses, mecánico de coches…La orden
de “Don Pablo” era terminante: había que enviar
a Pedralbes el cupo ordenado pero, ¡ojo!,
nada de desprenderse del pendejo inútil que
nos sobraba, teníamos que mandar al mejor o
a los mejores. Bueno, pues había problemas y
es que, al pretender hacer una selección mediante
petición de voluntarios, apenas si cubríamos el cupo, a menos que mandáramos a
la fuerza a los más. Y es que aquellos cursillos
dejaban poco tiempo para paseos y jaranas,
y muchos no estaban dispuestos a “perder
ese tiempo”… Y ocurrió algo insólito: se creó
una colección de excelentes técnicos… en
muchos casos a la fuerza
Teníamnos en la batería a un gallego al que
llamábamos “Tres en Uno” porque era de esos
privilegiados capaces de hacer cualquier trabajo
y, además, bien. Era uno de los raros voluntarios
para la PPE. Haciendo trampas, lo
metimos en tres cursos y en tres convocatorias
casi sucesivas, y salió de la “puta mili”
con tres profesiones como le correspondía por
su sobrenombre. No era un caso corriente.
En otra ocasión, recibí la visita de la madre
de un artillero que venía a quejarse de que su
hijo no podía prepararse bien para un examen
muy importante porque estaba
agobiado de servicios,
no tenía un minuto libre. Llamamos
al hijo y a su capitán
y supimos la realidad. El muchacho
había sido relevado
de todo servicio mecánico,
tenía autorización para ir a la
Biblioteca (teníamos una excelente
Biblioteca en parte
suministrada por don Manuel
Lara, el de “Planeta”)…, pero
jamás la pisó y, por supuesto,
no dejó de salir de paseo
todos las tardes y festivos.
Porque teníamos una orden,
esta vez de la Capitanía de
Sevilla, de dar toda clase de
facilidades a aquellos que tenían
exámenes o con- vocatorias
que demostraran con algún documento.
En otra ocasión un artillero pidió permiso
de cinco días para poder ir a una campaña arqueológica
en Menorca, y nos entregó una
carta del Director de aquellos trabajos rogando
ese permiso. Se lo dimos. Trabajaron,
según referencias imparciales, como negros,
y al regreso me trajo un pedrusquito de “sobremesa”
con certificación de que era de tal
Era o período paleolítico. Cuando le llegó la
hora de un permiso oficial, no le descontamos
los cinco concedidos anteriormente. Y no lo
hicimos, no por el pedrusquito, sino porque
era una buena persona y, además, trabajador.
Esa era nuestra “mili”.
Nosotros nos quedamos con muchachos como aquel entrañable “Tres en Uno”, y como tantos otros que, durante su período de soldados, cumplieron como él.
Esto era lo habitual y nadie puede decirnos
lo contrario porque nosotros estábamos allí y
nos preocupábamos, desde que salimos tenientes,
de nuestros artilleros.
Un día escribiremos un trata- do sobre nuestra
experiencia como educadores en el Ejér- cito,
y no de la “puta mili”, que esa se la
regalamos a aquellos que eran capaces de
dejar que un compañero tu- viera que hacer los
trabajos que a él le correspondían y que, por
hábil escaqueo, caía sobre los hombros de
otro.